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El Dominio Sin Rostro
Pertenencia y Secreto en los Mecanismos Masónicos

1. Introducción
En una sociedad democrática y republicana, toda forma de poder debería manifestarse de manera transparente y responsable, sometida al control de la conciencia civil y al principio de participación. Sin embargo, existen dinámicas que escapan a este esquema. El poder oculto, tejido de pertenencias silenciosas y juramentos invisibles, actúa en los márgenes de la visibilidad institucional, aunque influye profundamente en la vida política, económica y cultural.
     Por eso se vuelve esencial intentar un análisis que permita comprender los mecanismos que rigen la pertenencia a estructuras iniciáticas como la masonería —particularmente en sus formas más opacas e influyentes— y reflexionar sobre las repercusiones psicológicas, cívicas y éticas que dicha afiliación puede conllevar. No se trata de una lucha entre “buenos” y “malos”, sino de una indagación honesta y respetuosa sobre el límite entre adhesión y condicionamiento, entre fraternidad y dominación.
     Al masón hay que considerarlo una persona de bien. A menudo es un ciudadano culto, preparado, motivado por ideales. Precisamente por eso es importante reconocer que, a veces, es el propio mecanismo de pertenencia —con sus reglas no escritas, sus promesas y sus silencios— el que puede dar lugar a comportamientos que superan la objetividad y la libertad de pensamiento. Nuestra intención, por tanto, es educativa, no represiva: mostrar, con respeto y lucidez, lo que ocurre cuando la pertenencia empieza a sustituir a la conciencia, y cuando el secreto se convierte en un instrumento de separación más que de protección.
     En el trasfondo permanece el valor republicano de la libertad interior: esa que permite al individuo cuestionarse, pensar con su propia cabeza, formar parte de una comunidad sin por ello renunciar a su autonomía moral. Este trabajo nace de una necesidad cívica: contribuir a una mayor conciencia sobre los mecanismos invisibles del poder y devolver a la libertad de pensamiento el lugar central que le corresponde en la conciencia democrática.

2. El condicionamiento de la pertenencia
La iniciación masónica, al igual que ocurre en muchas estructuras rituales, se presenta como un paso de crecimiento, un camino de mejora personal. Es innegable que muchos ingresan a la masonería con aspiraciones elevadas: conocimiento, ética, espiritualidad. Sin embargo, lo que a menudo escapa a la conciencia del iniciado es el progresivo desplazamiento del centro de decisión de su autonomía moral hacia los códigos y expectativas de la organización.
     El sistema iniciático funciona mediante un mecanismo sutil: el sentido de pertenencia crece con cada grado, y con él también aumenta la presión —implícita o explícita— de alinearse con ciertos comportamientos. La libertad interior, en lugar de fortalecerse, se subordina poco a poco a la fidelidad al grupo, al vínculo fraternal, a la discreción obligatoria. El adepto, aun actuando con convicción y sinceridad, puede no darse cuenta de que su pensamiento se va conformando gradualmente.
     El verdadero peligro no está en una obligación externa, sino en la habituación interior: no se obedece por coacción, sino por convicción, una convicción construida con el tiempo mediante mecanismos de reconocimiento, privilegio, selección y silencio. Y a medida que crece la percepción de los beneficios —materiales, relacionales, simbólicos— disminuye la capacidad crítica de cuestionar la naturaleza y los objetivos del sistema.
     Es en esta dinámica donde se enraíza la verdadera dominación: un poder no impuesto por la fuerza, sino interiorizado con gratitud. Un poder que no necesita amenazar porque ya ha obtenido obediencia mediante la sugestión y la identificación. El adepto, de buena fe, se convierte en defensor de un orden que no comprende del todo —y que tal vez nunca llegue a comprender— porque la arquitectura de la jerarquía está diseñada precisamente para limitar el acceso a la verdad completa.
     Desde esta perspectiva, la dominación masónica —lejos de ser una fuerza represiva externa— se presenta como una disciplina interior, un control ejercido a través de la lealtad, la gratitud y la promesa. Pero toda forma de lealtad que no admite crítica, toda gratitud que no tolera la duda, es un camino que puede alejar de la libertad.
     Es en este terreno donde se debe reflexionar: no para negar el valor personal de quien se adhiere, sino para reconocer la trampa lógica y psicológica de una pertenencia que puede transformarse en dominación invisible.

imagen masónica

3. El secreto como instrumento de control interno
Uno de los aspectos más característicos y menos discutidos del sistema masónico es el secreto. Se justifica como una protección necesaria de la confidencialidad, como medio para garantizar la libertad de expresión dentro del grupo, y para preservar la seguridad de los miembros. Pero si se observa con atención la estructura jerárquica de las logias, emerge una verdad más inquietante: el secreto no está dirigido solamente hacia el exterior, sino —y tal vez sobre todo— hacia el interior.
     Quien está fuera de la estructura masónica, por definición, no tiene acceso a sus dinámicas más íntimas. Pero incluso quienes forman parte de ella no necesariamente conocen sus fines profundos. El sistema está construido de tal manera que solo los niveles más altos acceden a cierta información, y aún así, lo que se les revela es solo una parte de la realidad. La fragmentación del saber dentro de la jerarquía crea una condición paradójica: se pertenece a un sistema que solo se conoce en parte.
     El silencio ritual y la compartimentación de la información producen un efecto concreto: el adepto común, aunque se sienta parte de una gran construcción iniciática, carece de las herramientas para comprender su finalidad real. Y esto no sucede por descuido o negligencia, sino por diseño. El poder central conserva para sí la visión global, mientras que a los hermanos se les transmite una narrativa parcial, a menudo idealizada, que refuerza su adhesión emocional pero limita su comprensión crítica.
     El secreto interno se convierte así en un instrumento de dominación mucho más refinado que cualquier imposición externa. El hermano no solo no sabe, sino que está convencido de que no es necesario saber. Es más: con frecuencia se le hace creer que la duda, la curiosidad o la investigación son actos de deslealtad hacia la fraternidad. De este modo, el secreto construye una barrera psicológica que separa al individuo de su conciencia crítica.
     Es aquí donde la libertad interior se sacrifica en el altar de una coherencia aparente. El adepto se convence de que saber menos es garantía de pureza, que la obediencia es virtud, que la confianza ciega es signo de madurez espiritual. Pero todo esto, si no se pone en cuestión, puede convertirse en una forma sofisticada de alienación.
     Reconocer la función del secreto como instrumento de control interno no significa acusar a cada iniciado de complicidad consciente. Al contrario: significa ofrecer a cada persona la oportunidad de reconsiderar críticamente su posición, y de decidir si desea formar parte de una orden que custodia el misterio, o si prefiere habitar plenamente su propia libertad de pensamiento.

4. La cúpula como centro desconocido: la P1 como símbolo, la P2 su rama operativa
Toda estructura jerárquica tiende naturalmente a concentrar el poder en la cima. Pero en la masonería, esta dinámica adquiere una connotación más profunda y opaca, porque lo que se encuentra en la cúpula no es solo un nivel superior de competencia o experiencia, sino un centro que escapa a la visibilidad y que, precisamente por su invisibilidad, ejerce el máximo control. Esa cúpula, a menudo desconocida incluso para los propios miembros de las logias, representa el núcleo del dominio masónico.
     Muchos masones recorren su camino iniciático con sinceridad y compromiso, convencidos de contribuir a una obra colectiva basada en valores de justicia, conocimiento y fraternidad. Precisamente por eso, rara vez se percatan de que el sistema al que pertenecen podría formar parte de una construcción más amplia, cuya verdadera dirección nunca se cuestiona ni se explica. Allí aparece el verdadero dilema: el masón, aunque animado por altos ideales, se convierte en instrumento de un diseño que desconoce —y que incluso podría ser contrario a esos mismos ideales.
     En la historia italiana reciente, la logia Propaganda 1 (P1) representó el emblema de esta estructura piramidal y oculta, y P2 su rama operativa. Formalmente no reconocidos, operaban al margen de las reglas oficiales, pero mantenían una influencia muy poderosa en áreas decisivas de la vida institucional y social. La existencia de la P1, con su red transversal de poder, muestra que junto a la masonería visible puede existir –y quizá exista siempre– una masonería invisible, que utiliza las logias regulares como base operativa y reservorio humano.
     Lo que hace tan eficaz el dominio de esta cúpula no es la fuerza ni el mandato directo, sino la capacidad de orientar el pensamiento y las decisiones de los iniciados mediante símbolos, silencios y señales. No hace falta imponer una orden cuando se ha logrado que la obediencia sea deseada. No es necesario revelar una meta cuando todos ya se mueven en la dirección deseada. La cúpula, precisamente porque no se muestra, se vuelve irrebatible.
     El adepto, al ascender en los grados, puede sentir que se acerca cada vez más a la verdad, pero lo que ocurre a menudo es que se adentra en círculos concéntricos de relatos parciales, cada uno reforzando la ilusión del conocimiento y alejándolo del núcleo. El sistema P1-P2, en este sentido, no es solo el símbolo de una organización desviada, sino del mecanismo mismo por el que la cúspide del poder masónico se constituye como “presencia ausente”, como dirección sin rostro.
     Es necesario entonces plantearse una pregunta tan simple como radical: ¿a quién sirve este sistema? ¿Sirve realmente a la elevación del ser humano, como proclama? ¿O sirve más bien para conservar un dominio oculto que utiliza esa supuesta elevación como instrumento? Quien forma parte de la estructura tiene el derecho —y quizá el deber— de preguntárselo. Porque solo quien se atreva a cuestionar la cima de la pirámide podrá algún día reconquistar su autonomía interior.

 imagen masónica

5. La iniciación como vínculo permanente
El momento iniciático suele percibirse como un rito de paso, un renacimiento simbólico que marca el ingreso a una nueva dimensión espiritual y social. Pero detrás de esa apariencia de elevación se oculta otro aspecto: el establecimiento de un vínculo permanente, un lazo que sobrevive al tiempo, a los acontecimientos e incluso a la voluntad del individuo. La iniciación, en su forma ritual, deja una huella profunda en la conciencia del adepto, y esa huella no desaparece fácilmente.
     Lo que distingue una simple afiliación de una iniciación es su componente simbólica y psicológica. No se entra en la masonería simplemente inscribiéndose: uno es transformado mediante un ceremonial codificado, destinado a desorientar, impresionar, conmover. Se es introducido en un universo paralelo donde los símbolos, las palabras y los gestos actúan como herramientas de sugestión. Y precisamente porque se trata de una transformación interior, tiende a generar una forma de lealtad que trasciende la lógica y la razón.
     Este vínculo no se limita al tiempo de militancia activa: se mantiene incluso después del abandono formal de la institución. El iniciado, aunque ya no frecuente la logia, conserva en su interior la marca de la pertenencia. Esta marca puede actuar de forma inconsciente, influyendo en decisiones, reacciones, fidelidades y temores. El vínculo no es tanto con la organización como con la identidad que ella ayudó a formar.
     Quien ha vivido una iniciación profunda conoce la fuerza del juramento, el peso de la promesa, la dificultad de romper el lazo. El acto de salir de la masonería —cuando ocurre— nunca es una simple decisión administrativa, sino un evento interior, a menudo doloroso. Y esto revela hasta qué punto el sistema iniciático no solo regula el comportamiento, sino que modifica la percepción del propio ser.
     En este contexto, hablar de libertad se vuelve complejo. Porque la libertad no es solo la ausencia de coerción externa, sino también la capacidad de emanciparse de los condicionamientos internos. El vínculo iniciático, con su profundidad simbólica, puede seguir operando como una presencia silenciosa en el interior, capaz de orientar o limitar incluso al hombre que se cree libre.
     Reconocer la potencia de este vínculo no significa negar su valor simbólico. Al contrario: significa asumir la responsabilidad de preguntarse qué produce ese vínculo en la propia vida. Solo así puede comenzar un verdadero camino de liberación: no de la masonería en sí, sino de todo lo que impide que la conciencia siga siendo soberana.

6. Una propuesta desde fuera
Es evidente que, desde fuera, no es posible formular un modelo preciso de reforma o control interno del sistema masónico, precisamente por su estructura cerrada y por la diversidad de sus manifestaciones. No obstante, sí puede avanzarse una propuesta de principio: invitar a la masonería misma —en sus expresiones más conscientes y responsables— a reflexionar sobre la posibilidad de introducir mecanismos internos de verificación, transparencia y, sobre todo, protección de la libertad interior de sus miembros.
     No se trata de imponer modelos externos, sino de estimular una reflexión interna, capaz de reconocer los riesgos de la autosugestión y de la obediencia inconsciente. El objetivo no es debilitar la estructura, sino hacerla más humana, más abierta a la duda, y más madura críticamente.
     Corresponde a sus propios miembros —si así lo desean— identificar los métodos más adecuados para crear espacios de reflexión ética y diálogo, capaces de prevenir abusos y de devolver a la pertenencia masónica su valor más auténtico: la elección libre y consciente de un individuo en pleno ejercicio de su propia conciencia.


de Giovanni Corrao - 10/05/2025



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